Moral y ética de la sexualidad
En la tradición judeo-cristiana que domina nuestra herencia occidental, Satán es la personificación del mal. Originalmente, “shaitán”, palabra de origen árabe que significa “el acusador”, era un ángel que acusaba a Dios de haber hecho algo indebido al poner en tentación a Adán y Eva.
La aparición del diablo en el Edén puede interpretarse de muchas formas. El árbol de la sabiduría tenía una fruta, la de el conocimiento, que Adán y Eva no debían probar, pues perderían su inocencia, a lo que Dios se oponía. El escenario es peculiar. El Edén, un jardín maravilloso que tiene todo para el disfrute de Adán y Eva, quienes no tienen que preocuparse, todas sus necesidades están cubiertas, ha sido creado por Dios para ellos, para su disfrute. La serpiente del Edén, también puesta allí por Dios, sin duda alguna, tienta a Adán y Eva para que la prueben. ¿Es una trampa de Dios? (Que la fruta del árbol de la sabiduría sea representada como una manzana, es otro asunto de interés para antropólogos y especialistas en cuestiones culinarias)
En el Antiguo Testamento, a Satán se le personifica como una especie de abogado, quien argumenta sobre los pecados del hombre a Dios.
Pero el Nuevo Testamento pone a Satán como “la encarnación del Mal”. Este cambio, esta transmutación del personaje central que se opone a Dios, es interesante, informa de una evolución de la percepción ética de la vida, más extremista, más maniquea si se quiere. En el libro de “Las Revelaciones”, Satán es un arcángel caído, un demonio superior y malvado, que condena a los pecadores al fuego eterno.
La concepción del universo judeo-cristiana es compleja y contradictoria, como en casi todas las religiones, pero en su forma más moderna y extrema algo sí es claro: el bien y el mal están separados, no son partes de lo mismo sino entes opuestos.
Otra de las cuestiones que permea la tradición judeo-cristiana es el concepto del pecado. En la tradición de la iglesia católica apostólica romana, desde el “pecado original” y los pecados capitales hasta los pecadillos menores, toda la conducta humana está calificada. Lo que no está bien, lo que no sirve para alabar a Dios, es pecado. Desgraciadamente, al hacer del matrimonio un sacramento, convirtieron al acto de amar a la pareja en un acto que puede ser juzgado como bueno o como pecado, dependiendo de si se hace con el cónyuge después del sacramento, o si se hace con una persona con quien no se ha celebrado el sacramento. Esto es muy importante, es una de las pocas conductas, si no es que la única, que se convierte en pecado según las circunstancias, ya que no es una conducta pecaminosa per se. Pero como el deseo sexual aparece temprano en la vida de las personas, mucho antes de que termine el desarrollo de la personalidad y se adquiera la madurez intelectual y emocional necesarias para adquirir el compromiso del matrimonio, es un deseo que se califica como pecado de inicio. Esta es una de las principales causas de desajuste emocional. En casi todas las demás conductas, deseos y pasiones, con la moderación basta. En el caso de la sexualidad, sólo la abstinencia es considerada virtuosa... por la Iglesia y sus protectores.